Naufragio Asturias: Dos muertos y seis desaparecidos tras naufragar un buque gallego frente a Avilés
La tripulación del "Santa Ana", de armador gallego pero bandera portuguesa, estaba compuesta por cuatro gallegos, un asturiano, dos portugueses y dos indonesios - El barco embarrancó cerca de cabo Peñas
Un posible error en el rumbo mientras parte de la tripulación dormía en un mar en calma son las hipótesis en la tragedia del arrastrero portugués Santa Ana en las inmediaciones del cabo Peñas, en Avilés. El buque chocó contra un peñasco cerca de la isla La Erbosa y se hundió en minutos. Sólo uno de los nueve marineros del barco fue ayer rescatado con vida, el gallego Manuel Simal Sande; dos fueron encontrado muertos y otros seis permanecen desaparecidos, entre ellos otros dos gallegos.
El accidente resulta "inexplicable" a ojos de los expertos, toda vez que los barcos suelen navegar por la zona de Peñas dejando, por motivos de seguridad, al menos una milla de margen con La Erbosa. De las declaraciones que realizó el único superviviente y del testimonio de los tripulantes de otros barcos que navegaban en grupo con el Santa Ana en dirección a caladeros situados en la vertical de Gijón para pescar xarda se deduce, como primera hipótesis del accidente, que el buque tomó un rumbo erróneo y nadie a bordo advirtió este hecho, probablemente porque casi todos dormían en el momento del accidente (las 5.15 horas). "Tal vez se marcó mal el rumbo", reconoció Manuel Simal. Más extraño resulta que el patrón al mando de la nave no rectificase el rumbo cuando saltaron los chivatos de emergencia que con toda seguridad debieron activarse en el momento en que el Santa Ana se aproximó a la zona de bajíos donde embarrancó.
El barco hundido, con base en el puerto de Muros (A Coruña), es propiedad del armador José Balayo Portela. La noticia del naufragio conmocionó tanto a Galicia como a Asturias; la localidad de Muros -de donde son naturales varios de los náufragos- ha declarado tres días de luto institucional y varias autoridades gallegas acudieron ayer a Avilés para arropar a los familiares de las víctimas y seguir en directo el curso del rescate. Es el accidente pesquero más grave del que se tiene constancia en aguas asturianas desde que la galerna de 1961 se cobró la vida de 24 personas en cinco barcos.
El Santa Ana operaba desde finales de febrero desde el puerto de Avilés, junto a otros tres barcos del mismo armador y alguno más de base gallega pero bandera portuguesa, con motivo de la pesquería de la xarda, habilitada para los buques de pabellón portugués en base al acuerdo bilateral que tiene el Gobierno luso con España. El lunes a las 4.30 horas, el Santa Ana zarpó con rumbo al caladero de La Erbosa (12 millas al norte de Gijón) tras el obligado descanso del fin de semana. Al mando de la nave iba presuntamente el patrón de costa, Francisco Gomes Fragateiro; los demás tripulantes, como es habitual en los arrastreros, dormirían en sus camarotes hasta llegar al punto de destino y lanzar las redes.
El hijo del armador del buque, José Balayo, dejó constancia ayer en declaraciones a FARO tanto de la desolación de su familia como de la extrañeza por un naufragio "inexplicable" tanto por el lugar donde se produjo (una zona de rocas y poca profundidad) como por el hecho de que el barco estaba dotado "con los más punteros sistemas de navegación", aparatos que en teoría deberían haber ayudado a prevenir la catástrofe.
José María Cambeiro, patrón de otro de los barcos de Balayo, el Ciudade de Albufeira, destacó tras haber sido de los primeros en tratar de auxiliar al barco naufragado que el Santa Ana había sido objeto de una importante reforma entre 2010 y 2011, al punto de que según la empresa armadora pasaba por ser el más moderno de la flota de Portugal entre los de su clase. "El buque estaba dotado con los sistemas más modernos de ayuda a la navegación y con toda clase de dispositivos de emergencia que avisan al patrón al mando cuando el rumbo es equivocado o cuando navegas por aguas con poco calado; a lo que pasó no es posible encontrarle explicación", manifestó Cambeiro.
El mismo patrón explicó que fue él quien avisó a la torre de emergencias marítimas de Gijón de que algo no iba bien tras perder el contacto por radio con el Santa Ana. Una vez cursado el aviso de socorro, el patrón del Ciudade de Albufeira trató de hallar el rastro del Santa Ana, pero para cuando lo halló sólo pudo rescatar del agua una lancha salvavidas vacía. "Yo creo que no pasaron cinco minutos hasta que dimos con ellos y para entonces ya se habían hundido", aseguró consternado.
A la vez que la flotilla de arrastreros iniciaba el rastreo de la zona donde se había perdido el contacto con el Santa Ana la lancha Maresco, que navegaba por la zona, encontraba a eso de las 6 de la mañana la lancha salvavidas a la que se había logrado subir malherido Manuel Simal Sande tras haber logrado salir del Santa Ana por una escotilla del camarote donde descansaba cuando el barco chocó contra una peña y zozobró.
El operativo de rescate puesto en marcha a las 5.30 horas dio sus primeros resultados sobre las diez de la mañana, cuando fueron hallados en el agua los cuerpos sin vida de los marineros Francisco Gómes Fragateiro (patrón de costa) y Manuel Indalecio Mayo Brea (cocinero). En las horas siguientes, y pese al amplio despliegue de medios, todos los esfuerzos por rescatar a los seis tripulantes del barco desaparecidos fueron infructuosos. El engañoso estado de la mar -plácida en la superficie pero muy revuelta debajo- y el lío que formaron las redes del Santa Ana al irse a pique dificultaron en extremo las inmersiones de los buzos.
Todas las hipóptesis hacen pensar que los desaparecidos se hallan atrapados dentro del barco, con esperanzas menguantes según avanzaba el día de sacarlos con vida. Los trabajos de rescate quedaron suspendidos a las 18.00 horas con idea de reanudarlos hoy al rayar el alba. La relación de desaparecidos es la siguiente: los gallegos Manuel María Tajes Lestón y Lucas José Mayo Abeijón, el asturiano Marcos del Agua Chacón, el portugués Víctor José Farinhas Braga y los indonesios Wasito y Suherman. Sus familiares hacen guardia esperando un milagro.
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