lunes, 18 de abril de 2016

Esperemos que no resurja

Fracking: otra burbuja que explota

Se acabó. No hay debate. Me niego a que personas con intereses económicos, empresariales y políticos sigan haciendo apología de una técnica de perforación horizontal que supuestamente está destinada a convertirse en el nuevo maná energético.

Ya valió. Esto es algo serio y así lo entendemos la ciudadanía, gente de a pie que está verdaderamente concienciada y en alerta por la salvaguarda de su territorio. No así, como bien dice en su último artículo mi vecina de columna Miren Azkue, algunos partidos políticos que mientras aquí nos dicen una cosa, votan otra muy distinta en Madrid.

La cuestión es que esto no es nuevo, pero hay veces que uno quiere hacer lo que Joaquín Pascual cantaba a mediados de los '90: "Quiero dejar el suelo, arrancar la raíz, salir flotando por ahí... y vivir un mundo paralelo". ¿Por qué? Pues sencillamente porque el debate no debiera ni de existir y porque quizás éste debiera ser otro. Por ejemplo, uno que nos llevase a dar pasos firmes a favor de una transición energética hacia modelos obviamente alejados de los combustibles fósiles.

Perdemos la timidez con la edad y uno de los días que más me he sorprendido a mi mismo fue el 6 de octubre de 2012 en la Alameda de Oviedo, esperando junto a miles de personas el inicio de la manifestación de rechazo contra los permisos de extracción de gas natural mediante fractura hidráulica. Estaba yo tranquilo cuando se me acercó el amigo Floren Enríquez con un megáfono y su carrito de baterías y de repente me vi dando voces por el centro de Santander. Pues bien, ese día fue un puñetero orgullo ver a tus vecinos pasiegos, lebaniegos, campurrianos, de Torrelavega o Santander tapar el volumen de ese megáfono y gritar alto y claro que "ni aquí, ni en ningún sitio".

El valor de nuestra tierra está precisamente en nuestros verdes prados y montes, en su manejo ganadero, en su organización paisajística y en el agua que todo lo empapa. Y ello es lo que condiciona el carácter de sus gentes. Y es que esta idiosincrasia viene dada por esa distribución territorial tan especial. Una ordenación que se vería alterada por la ocupación de enormes superficies e importantes cambios que acabarían con muchos lugareños con las maletas preparadas para abandonar sus hogares.

Muchos cuentos chinos nos cuentan sobre la "independencia energética" que venden algunos Gobiernos, empresas gasistas y sus Agencias oficialistas de Europa y EE.UU, la OCDE, la US EIA o la AIE (solo hay que recurrir a Internet o la biblioteca del CEDREAC). Se ha escrito mucho, se ha debatido mucho, pero sigue siendo una amenaza latente el que esté después de tantos años siempre de actualidad. Personas o colectivos como la Asamblea Contra la Fractura Hidráulica de Cantabria siguen alerta y prueba de ello son las jornadas que esta misma semana se han desarrollado en la Biblioteca Central de Cantabria. No podemos bajar la guardia.

Ya hemos sufrido la burbuja del ladrillo y ahora lo que toca es el fracking. Pues no. La humeante rentabilidad sólo puede llegar a corto plazo. Detrás de ella están los mismos agentes de siempre jugando otra vez la partida en la misma casa, la de las anteriores burbujas que ya están hipotecando nuestro futuro: el parqué de Wall Street, las grandes Bolsas europeas o los bancos de inversión.

Y basándose de nuevo en pronósticos y predicciones no probadas sobre la explotación de unos recursos técnicamente recuperables (¡mentira!) y unos precios aplicados por debajo de los actuales costes de producción. Vamos, la versión energética del timo de la estampita...

Pero dejemos atrás los pronósticos, el fracking tiene evidencias. ¿Cuáles? Pues la gran cantidad de energía que necesita el proceso (para superar la tensión superficial de líquidos y materiales, la energía para perforar, para fracturar, para permeabilizar, para mantener las instalaciones, para transportar, etc.), la tasa de declive muy acelerada en los pozos de gas de lutitas, la diversa productividad o rentabilidad de unos campos de explotación y otros, el abandono de tierras de cultivo de alimentos (derivándose de ello subidas de precios, escasez de alimentos y abandono de otros cultivos), el coste de las perforaciones horizontales de los últimos años mil veces más costosas que las verticales, la utilización de más de 650 sustancias químicas diferentes, el necesario incremento de la inversión a medida que los pozos van agotándose, problemas de convivencia con la llegada de trabajadores desarraigados, los consabidos y ya probados a través de cientos de casos riesgos sobre la salud, el medio ambiente, sísmicos... Como vemos, las consecuencias son casi infinitas.

No cabe seguir vendiendo la burra sobre unos recursos finitos y cuya explotación es uno de los factores claves en el calentamiento del planeta (ay, esos objetivos acuerdos legalmente no vinculantes de reducción de emisiones de cada país surgidos en el famoso COP21 de París...). El planeta, como los combustibles fósiles, es finito. Tiene un límite y una demografía desbocada, unida al creciente consumo se convierte en una mezcla que pueden hacerlo alcanzar, como una noche de Volldamms y Jameson.

El problema es que vivimos en España, un país con un modelo energético insostenible, con alta dependencia de los combustibles fósiles y un Gobierno cuyo Ministerio "panameño" aprieta las tuercas a las renovables a través de leyes y decretos y concede decenas de permisos para la investigación –la retórica para la extracción de hidrocarburos– mediante la estafa del fracking.

Es de locos. No me negarán que no es para vivir en ese mundo paralelo que cantaba Mercromina: el país del sol, dónde se podría abastecer mayoritariamente de una fuente de energía renovable y que sirviera para reducir nuestra dependencia energética y los efectos sobre el calentamiento global... ¿qué hacemos? ¡Pues aplicar un "impuesto al sol"!

Qué rápido se nos fue Berlanga.

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