En Presidencia del Gobierno se preocupan mucho de las grandes empresas, mucho más de lo que predican en público. Y las alarmas han saltado ante el rifirrafe provocado en Repsol con la operación Pemex, empeñado en firmar la paz con los argentinos de YPF, pero al que se le veían objetivos ulteriores más serios. Pemex es un gigante dormido, estatal, que quiere despertar y colocarse entre las primeras petroleras del mundo.
“No aceptaremos otra Endesa”, repiten en Presidencia del Gobierno, en referencia a la eléctrica española hoy en manos de ENEL, es decir, del Gobierno italiano.
Así que desde Moncloa se disponen a promover una fusión entre Repsol, presidida por Antonio Brufau (en la imagen), y Gas Natural Fenosa, presidida por Salvador Gabarró. Nexo común entre ambas sociedades: el grupo Caixa-Caixabank, que posee el 13% de Repsol y el 36% de GNF. Sin olvidar, para cerrar el cuadro, que Repsol posee a su vez el 30% de la gasera.
De esta forma, resultaría una empresa más capitalizada y difícil de abordar por cualquier multinacional. Para Moncloa, Repsol es sagrada.
Ahora bien, los dos hombres clave en esta fusión son Antonio Brufau e Isidro Fainé. A ninguno de los dos apoya la idea del Gobierno. Para ser exactos, Brufau la apoyó años atrás pero ahora ambos se han distanciado.
Tampoco le apoya la Generalitat porque en el imaginario nacionalista, don Artur Mas considera que GNF es una empresa catalana mientras Repsol es una empresa con sede en Madrid, aunque esté regida por un catalán. Precisamente, uno de los problemas más graves de una fusión de este tipo es algo tan sencillo como esto: ¿Dónde estaría la sede social, en Madrid o en Barcelona?
Y es verdad que a los analistas no les gusta una unión entre petrolera y empresa de servicios. Pero tampoco tiene que gustarles.
Fuente: Hispanidad
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