Dos griegos, un cabeza de turco
Si por cada caso de corrosión detectado a bordo de un buque, este tuviese que ser paralizado como no apto para la navegación, los puertos del mundo deberían estar colapsados por el fondeo o el atraque en ellos de miles y miles de barcos con signos evidentes de que esa corrosión les afecta en mayor o menor grado.
Apostolos Mangouras, veterano capitán de la marina mercante y responsable del Prestige hasta que este monocasco entró en aguas jurisdiccionales españolas, perdió forzosamente su condición de capitán del buque porque alguien externo tomó la decisión no sólo de relevarle de su cargo sino de conducirlo directamente a la cárcel. Mangouras, diez años después de esta experiencia, reconoce la existencia de corrosión en el buque que mandaba.
Y la corrosión, aunque perjudicial a más o menos largo plazo para la estructura de un buque relativamente viejo como era el Prestige, no necesariamente significa fractura de esas estructuras si las mismas no se ven sometidas a esfuerzos como un remolque de días con la mar de costado. Y esto no lo determinó Mangouras, sino que lo decidió, colegiada o personalmente, el órgano rector establecido en A Coruña como sanedrín del caso, el ministro de Fomento -entonces de Transportes-, el director general de la Marina Mercante o el presidente del Gobierno.
Fue así, porque antes de que el Prestige comenzara ese vagar errático rumbo noroeste y, posteriormente, rumbo sur, recibiendo el embate de las olas siempre de costado, ya no estaba gobernado según los conocimientos de Mangouras, sino por los dictados de un teórico grupo de expertos que nunca hicieron ascos a los servicios de catering y/o en su caso, cenas más o menos tranquilas en restaurantes de la ciudad en la que se alojaron durante días.
¿Es, por tanto, Mangouras, el culpable de la fractura de un buque obligado a alejarse de la costa cuanto más mejor, a juicio de aquellos que lo ordenaron? ¿Qué grado de culpabilidad queda, entonces, para quien decide ese alejamiento en lugar de acometer en un lugar de refugio -que no tiene que ser necesariamente un puerto- la revisión necesaria de los tanques y el costado del Prestige para, finalmente, decidir las acciones a tomar y que nunca debieran haber sido las de obligar a un barco de las características del Prestige a someterse a la durísima prueba de seguir recibiendo golpes de mar mientras era remolcado en más que precarias condiciones? ¿Fue el capitán marítimo de A Coruña o el director general de la Marina Mercante el autor o autores de la "brillante" idea?
Si la condena a un marino mercante se basa en la existencia de corrosión, en el rechazo de este profesional a culpabilidades expresas que corresponden a otros estamentos de la cadena de mando del buque, etc., aquellos barcos que llevan el "sello" corrosivo en sus estructuras que, como decía anteriormente, debieran estar entonces fondeados o atracados en los puertos de todo el mundo, debieran llevar a bordo a todo cuanto profesional se inhibe de sus responsabilidades para hacer recaer estas en aquel que manda, es decir, el capitán.
Con ellos, quienes en las capitanías de puertos, en las inspecciones rutinarias, etc., dan el visto bueno a la navegación de un buque que, desgraciadamente, tuvo que pasar frente a la costa gallega para dejar en evidencia a quien autoriza su navegación y, de paso, hacer de dos griegos -el capitán del Prestige y su primer oficial- sendas cabezas de turco, y de un español -el que fue director general de la Marina Mercante- un pensador de vía estrecha que trata de ocultar las responsabilidades de otros haciéndose cargo de todo, como se hace cuando uno indica al camarero de turno "esta ronda la pago yo".
Siempre hay quien se va de rositas.
Fuente: Antón Luances - FdV
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