viernes, 23 de marzo de 2007

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Nos ha llegado al barco un artículo de Arturo Pérez-Reverte, del día 18 de
Marzo, que creo que viene como anillo al dedo al blog.

PATENTE DE CORSO
Esos barcos criminales, etcétera...

La peripecia del Ostjedik -el holandés que anduvo de Camariñas a Viveo con su
carga echando humo- terminó bien. Hubo suerte: soplaba viento sur. Con norte o
noroeste duro, el final no habría sido tan feliz ni barato.

Aunque barato no sea el término adecuado para los armadores, que irán a los
tribunales para averiguar por qué deben pagar ellos cuatro remolcadores que no
pidieron, así como el espectáculo taurino musical que se montó en torno a lo que
no era sino un incidente menor, de los que ocurren todos los días en el mar;
pero que, tratándose de la costa gallega y española, se convirtió
automaticamente en alarma general, pasto de bocazas indocumentados y apertura de
telediarios.

Conclusión: seguimos sin aprender, sobre siniestros máritimos, una puñetera
mierda. Ni siquiera lo elemental: que no es el alcalde o el ecologista de turno
quien debe explicar en la tele lo que ocurre, sino que son Marina Mercante y
Salvamento Marítimo, y sobre todo un ministro de Fomento informado y responsable
-ni aquel nefasto Álvarez Cascos de antaño ni la malencarada y desagradable
Magdalena Álvarez de ahora- quienes tienen la obligación de dar la cara, en vez
de torear a la gente según la música electoral de cada momento. Para eso, claro,
hace falta que la ministra y el director de la Marina Mercante se asesoren con
quienes conocen el asunto. El problema es que Marina Mercante no está en manos
de marinos: los tienen ahí para coger el teléfono, y no para opinar. Y cuando
opinan, es para decir lo que su director general o la ministra quieren oír.

Se trata de cobardía política, como de costumbre. Eso convierte cada incidente
naval en un espectáculo y un disparate: nadie cuenta las cosas como son. Nadie
dice que el tráfico marítimo mercante en la costa gallega pasa a 40 millas de
ésta, pero que los mismos barcos navegan frente a Ouessant, en Francia, a 15 o
20 millas, y por el Canal de la Mancha a menos de una milla del cabo Gris Nez.
Nadie dice tampoco que en España, pese a recibir por mar, como el resto del
mundo, el noventa por ciento de los productos necesarios para la vida diaria,
los intereses marítimos no existen, los armadores han sido criminalizados hasta
el insulto, todo barco mercante se asocia con la palabra pirata, y al menor
incidente, los políticos y la prensa entran a saco. Eso no sólo ocurre aquí, por
supuesto; pero en este paraiso de la demagogia y la estupidez, los efectos son
más graves.

Un ejemplo de nuestra hipocresía son los petroleros. Las grandes compañías
controlan la extracción y poseen refinerías y gasolineras, pero del transporte
se lavan las manos. Sus flotas han desaparecido por tener mala prensa, y ahora
es el armador griego Kútrides Tiñálpides, o como se llame, quien se come el
marrón. Y así, cada buque, petrolero o no, arrastra una leyenda siniestra,
abucheado por quienes se benefician pero no quieren saber nada.

Un caso elocuente es el del Sierra Nava. Ese barco pertenece a la Marítima del
Norte, naviera seria que siempre luchó por tener el pabellón español en sus
barcos, hasta que por falta de apoyo no tuvo más remedio que abanderarlos en
Panamá, como todo cristo. Y resulta que el Sierra Nava, fondeado en Algeciras
donde le indicó la autoridad portuaria, garreó con temporal de levante -cosa que
les pasa a los barcos de vez en cuando-, yéndose a la costa con un vertido de
gasóleo ni de lejos equiparable al crudo del Prestige. En cualquier caso, para
establecer responsabilidades están los tribunales. Sin embargo, antes de
investigar nada, cuando llegó allí la ministra Álvarez -que de barcos no tiene
ni puta idea, pero iba rodeada de periodistas-, lo primero que dijo fue que los
armadores del Sierra Nava les caían 600.000 mortadelos de multa y otros tantos
de fianza, por la patilla. Eso antes de que nadie investigara lo ocurrido, para
tapar la boca al personal, y por si acaso.

Por que en España, todo barco, sin distinguir entre un armador honorable o
cualquier desaprensivo que mueva chatarra flotante, es sospechoso sólo por estar
a flote. Su capitán, fácil culpable. Y su armador, pirata malvado o primo que
paga.

Y ahí seguimos. Con la Ministra de Fomento arreglando el mar a medida de su
competencia o intelecto. Dentro de poco, frente a la costa gallega o cualquier
otra, un capitán en apuros pedirá de nuevo refugio para su barco, y otra vez
empezará el vergonzoso espectáculo. No quisiera verme en los zapatos de ese
Capitán. Cualquier político español prefiere un barco hundido, lejos, a verlo a
flote cerca de un pueblo donde se vota.

Hasta son capaces de hundirlos ellos, como al Prestige.

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