lunes, 19 de diciembre de 2011

Una de Marpol y Greenpeace


¿Qué se hace con los residuos en el Rainbow Warrior?

En el nuevo buque insignia de Greenpeace, el Rainbow Warrior III, que está atracado estos días en Barcelona, la gestión de los residuos sólidos recae en un marinero de cubierta al que llaman el ‘garbalogist’ (de garbage, basura en inglés).

Este barco de vela, de más de 57 metros de eslora y dos mástiles en forma de A, incorpora múltiples mejoras tecnológicas verdes. Con un coste de 22 millones de euros, reunidos por la organización ecologista por medio de 100.000 donaciones, se ha estudiado todo al mínimo detalle para presentarlo como un ejemplo de sostenibilidad en el mar. La embarcación está diseñada para navegar todo lo posible aprovechando la fuerza del viento, además tiene un motor de propulsión diesel-eléctrica, utiliza el calor del motor para obtener agua caliente, cuenta con un sistema para prevenir vertidos… Eso sí, para la cuestión de los residuos sólidos los ecologistas no confían tanto en innovaciones tecnológicas como en las personas, en especial, en su “garbalogist”.

En la tripulación actual del Rainbow Warrior, este marinero que se ocupa de la basura es la sonriente Helena de Carlos (en la imagen), una australiana de padre español, que desde hace 7 años viaja por todo el mundo en barcos de Greenpeace. “Esta es mi oficina”, explica con guasa la australiana, al entrar en el cuarto de la basura de la embarcación.

Uno de los principales problemas ambientales generados por los barcos son los vertidos en el mar, ya sean los de restos de hidrocarburos, los de las aguas fecales o los de basuras sólidas, como plásticos. El Convenio Internacional para Prevenir la Contaminación por los Buques, también llamado Convenio MARPOL, es el instrumento jurídico que regula los vertidos en el medio marino producidos por las embarcaciones. Existen toda una serie de normas que estipulan lo que no se puede tirar al mar, lo que sí, y en qué condiciones y zonas. Por ejemplo: El agua oleosa de las sentinas solo se puede descargar después de filtrar los restos de hidrocarburos. Las aguas negras de los váteres pueden verterse a más de 4 millas de la costa si se tiene un sistema de tratamiento y a una distancia de más de 12 millas si no se cuenta con este equipo. En cuanto a las basuras sólidas, se pueden arrojar los restos de comida desmenuzados a una distancia de más de 12 millas de la costa, pero nunca plásticos.

Como es de esperar, Greenpeace no solo garantiza respetar las normas, sino que asegura ir mucho más lejos. Esto significa que no solo se compromete a no arrojar al mar nada que no cumpla los requisitos legales más estrictos (el Rainbow Warrior III cuenta con planta de tratamiento de los tanques asépticos y también con sistema para filtrar el agua de las sentinas), sino también a intentar siempre que los residuos acumulados a bordo para descargar en tierra firme sean reciclados. En el caso de los desechos sólidos, esto resulta más complicado de lo que parece para un barco que puede estar largos periodos en el mar y que se puede encontrar con situaciones muy diferentes en la gestión de la basura según el puerto al que llegue. Resolver esto es la función de esta “garbalogist”.

Una primera dificultad consiste en acumular en el barco la basura que no sea orgánica (los restos de comida se tiran al mar) el tiempo que haga falta. “Nosotros no incineramos y a veces hay que ir almacenando residuos durante travesías muy largas, cuenta De Carlos, mientras enseña bajo la cubierta de proa el cuarto de basura del nuevo velero, mucho más grande que en otras embarcaciones. Se requiere mucho espacio para almacenar los desechos, pero también guardarlos muy limpios. Junto a los distintos contenedores donde se tiran residuos casi impolutos, el barco cuenta también con una cámara frigorífica donde guardan basura orgánica y con una máquina que desmenuza los envases de vidrio. Según la australiana, en caso de necesidad, pueden arrojar al mar vidrio molido.

En cada país al que llega el Rainbow Warrior puede existir una legislación diferente para la basura o ninguna en la que se pueda confiar. La ‘garbalogist’ debe conocer las diferentes situaciones que van a encontrarse para programar qué hacer con los residuos. Mientras tanto, a bordo, todo lo que se vaya guardado sigue un minucioso proceso de separación. Junto a cada cubo, siempre hay un cartel que identifica el tipo de desecho: aluminio, otros metales, plástico, tetrabriks, papel y cartón, vidrio, pilas. “Tengo que ocuparme de siete cubos de basura diferentes”, se ríe la australiana, que asegura no ser muy pesada con el resto de tripulación.

La complejidad para conseguir llevar cada residuo a su contenedor correspondiente en tierra firme para que sea reciclado parece muy superior a la existente en cualquier hogar español. Sin embargo, para la tripulación del barco todo esto se lleva con normalidad. Aparte de la particular logística dentro barco, la ‘garbalogist’ incide en otro aspecto de su trabajo que considera esencial: intentar subir a bordo la menor cantidad de embalajes superfluos. Esto se tiene en cuenta a la hora de comprar las provisiones, pero también al subirlas al barco, donde muchos envases son sustituidos entonces por cajas reutilizables. Cuando el nuevo Rainbow Warrior deje Barcelona, el exceso de embalaje de la comida que embarquen se quedará en los contenedores del puerto.
Fuente: el país

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