lunes, 29 de septiembre de 2014

Después del drama

Un secuestro orillado

Lo que pasó, pasó y no quiere recordar”. La hermana de Ricardo Blach, quien fuera patrón del Alakrana cuando quedó varado 47 días en el infierno, lo disculpa, desde Galicia, al otro lado del teléfono. “Está en el barco. No creo que quiera hablar. Ama menos”, responden escuetos en el domicilio del ayudante de cocina, en Bermeo. Tampoco el jefe de máquinas, que ahora trabaja en tierra, está por la labor. Son los silencios de un secuestro orillado en la memoria. Cinco años después, quien más quien menos ha logrado soltar amarras, aunque de cuando en cuando salga a flote un mal recuerdo. “Es un trance más, como si tienes en casa a una persona con cáncer. Son cosas que te marcan, que te cambian la vida, pero tienes que seguir”, se sincera Ángel María Diego Arrizabalaga, recién desembarcado del atunero que mantuvo en vilo a Euskadi.

“Te cambia la vida, pero aprendes de ello”

El pasado domingo pisó tierra firme tras cuatro meses de faena en el Índico, menos infestado de piratas que antaño. “Salen menos a la mar. Para ellos económicamente supone un esfuerzo y la rentabilidad que les está dando hoy en día es bastante pequeña”, explica Ángel María Diego Arrizabalaga, jefe de cocina del Alakrana. Salvo el capitán del barco, Iker Galbarriatu, “que ahora está de patrón en el Elai-Alai”, y algún otro tripulante, que se jubiló o cambió de oficio, la mayoría de los compañeros de secuestro siguen al pie del timón. “Todo el mundo ha vuelto. Incluso los que se quedaron un tiempo en casa están en la mar”. Los temores, de haberlos, se guardan en el camarote. “Lo que lleva cada uno dentro no lo puedo saber, pero el que más el que menos lo habrá superado. Si no, no podría estar ahí”.

Convencido de que “los riesgos de la vida están en la persona, no en que estés en el Índico o en un andamio”, este bilbaino dice no sufrir secuelas, aunque admite que “estás más atento a los sistemas de seguridad que llevas en el barco, mientras otros igual dicen: A mí no me va a pasar y se despreocupan un poquito más”. No obstante, al caer la noche, unos y otros apagan las luces para no ser atacados. “Son cosas que han cambiado la forma de andar en la mar”.

También él camina diferente por la vida. “Valoras cosas que antes no valorabas y no eres tan materialista. Ves que la vida tiene otras cosas y piensas: Hay que aprovechar esto porque no sé cuándo se va a truncar”. Es lo que tiene sufrir una experiencia tan brutal, que “te cambia la vida, pero aprendes de ello”. Sobre todo, a querer, más si cabe, a la familia. “La gente siempre valora los cuarenta y tantos días, pero nosotros estábamos acostumbrados a estar fuera de casa. Lo que nos importaba era el sufrimiento que dejas”.

Aunque el secuestro sirvió para que pudieran embarcar vigilantes armados, con lo que “los piratas están en desventaja porque ellos van en botes”, Arrizabalaga no cree que su caso haya influido en las medidas adoptadas para atajar los abordajes en el Índico. “Los países darán mucho bombo a los secuestros, pero más que el Alakrana, ha sido una cuestión económica, porque todos los barcos que venían hacia Europa venían por ahí”, afirma. Sobre la gestión del secuestro, cree que “nunca se va a saber si se acertó o no”. “La detención de aquellos dos yo sí creo que fue un error, pero, bueno, hay que asumirlo como tal”, se resigna.

“Siempre miras a la mar por si se ve venir algo”

Lleva una semana en casa y por fin respira tranquilo porque, a bordo del Alakrana, quieras que no, siente un gusanillo. “Yo estoy bien, pero siempre tienes algo ahí dentro. Siempre miras a la mar por si se ve venir algo”, reconoce Francisco Valadez, oficial de puente. La inquietud le asalta, sobre todo, cuando echan la red. “Es el momento en el que te da más apuro porque tienes menos posibilidades de escapar. Estás alerta. Es algo que te queda ahí y no creo que se olvide”, asume. Y eso que en el atunero el secuestro es más bien un tema tabú. “No se habla de ello. Si acaso un momento y listo”. Tampoco le ha dado demasiadas vueltas a cómo se llevaron a cabo las negociaciones. “Es un capítulo cerrado. Se gestionó como se gestionó y ya está. ¿Podía haber sido menos tiempo? Pues igual sí, pero para qué le vas a dar más vueltas si al final fue como fue y no hay más”, zanja.

El único intento de ataque que sufrieron, tras aquel trágico episodio, fue repelido. “Estábamos cerca de otro barco, nos ayudamos y no pasó nada. Supongo que ellos también sabrán que, mientras haya seguridad, no tienen nada que hacer, pero yo creo que sigue habiendo piratas, sobre todo por la parte norte”, advierte. Quizás por eso, aunque trabaje “más seguro”, la calma no es absoluta. “Mientras estás allí siempre estás intranquilo, siempre cabe la posibilidad de que pase algo”.

“Con la seguridad que hay ahora sí volvería”

A los cinco meses de su liberación, el que fuera engrasador del atunero vasco, Pablo Costas, reunió fuerzas para volver a embarcar, pero no las suficientes como para regresar al Índico. “Dije que para trabajar estaba, pero para ir allí no. Así que me fui y me puse a trabajar al cerco en Portugal”, relata.

Ahora quien navega en el Alakrana es su hermano, pero las cosas, dice este marino gallego, han cambiado. “Tienen vigilancia y toman más medidas. No salen por la noche a cubierta. Están mucho mejor. Con la seguridad que hay ahora sí volvería. Cuando faenaba yo, no había nada”. Entonces, confiesa, no se sentía en peligro. “Hasta que no te cogen no piensas que te va a tocar a ti”. Una vez que te toca, no es fácil remontar. “Al principio sí costó un poco levantar cabeza. Ahora te acuerdas, pero está superado. Olvidado no, pero hay vida adelante y hay que seguir. Si no, ¿qué vas a hacer?”, suspira.

“Estuve un año en casa e intento pasar página”

Recién jubilado, a sus 55 años, este arrantzale bajó el pasado mes de enero las escalerillas del Alakrana por última vez. Atrás dejó un panorama más tranquilo que hace cinco años, aunque la seguridad, apunta, nunca está garantizada al cien por cien. “Si estás muy solo y muy lejos, hasta que embarcas la red para marcharte, siempre estás apurado porque llevas cuatro vigilantes, pero ellos son muchos, y la munición llega un momento en que se te acaba”, comenta, poniéndose en el peor de los escenarios. “Ahí es donde estaría el peligro”, recalca, aunque “también está el ejército e igual en dos o tres horas te aparecen helicópteros”. Los barcos, aun siendo de diferentes compañías, apunta, también se ayudan entre sí. “Tienes que echar una mano. Una vez le pasa a uno, otra le puede pasar a otro”.

Muy afectado tras el secuestro, el primer año lo pasó en tierra, arropado por la familia. Luego, como a sus compañeros, no le quedó más remedio que regresar a la mar. “Ahora menos, porque ya estoy en casa, pero algo siempre tienes, igual alguna pesadilla... Aunque en general estoy bien, dentro de lo que cabe. Intento pasar página”. 

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