'Atlantis', el noble y transformista depredador del mar
Un libro recupera la gran aventura del corsario alemán de la II Guerra Mundial
"Hemos cazado al Bismarck, al Graf Spee, hemos hundido a Prien con su submarino... no es posible que no podamos con el Atlantis". La frase desesperada de Charles Laughton en el papel del almirante Russell en la película Bajo diez banderas da la medida de la angustia que le provocó a la Marina británica la acción del crucero auxiliar alemán más famoso de la II Guerra Mundial. Desde su partida en marzo de 1940 hasta su destrucción por los cañones del crucero HMS Devonshire el 22 de septiembre de 1941 en el Atlántico Sur, el Atlantis hundió 16 buques mercantes enemigos y capturó otros seis, navegó por casi todos los mares estrangulando el comercio aliado en un periplo trufado de peripecias que parecen salidas de la más emocionante novela de aventuras -incluidos ciclones, abordajes, tiburones y cocoteros-, y dejó no solo un rastro de devastación sino, lo que es mucho más raro, una estela de caballerosidad y compasión reconocida hasta por el enemigo.
El corsario, un mercante adaptado y armado con cañones, lanzatorpedos, ametralladoras y dotado de un hidroavión de reconocimiento, llegó a llevar ¡siete capitanes presos! Y a toda la tripulación se la premió con la Cruz de Hierro. La publicación ahora por Edhasa de las apasionantes memorias del capitán de ese notable navío, Bernhard Rogge, recupera la espectacular odisea del Atlantis. El libro, editado en Alemania en 1955 como Schiff 16 -Barco 16, la denominación del buque en la Kriegsmarine-, sirvió de base para la película de 1960, convertida poco menos que de culto. La traducción española aparece con el mismo título del filme, Bajo diez banderas, un título ilustrativo porque se refiere a la principal característica del Atlantis: su camaleónico transformismo. Efectivamente, como sus ocho letales hermanos (de sus andanzas dio cuenta en un libro inolvidable Luis de la Sierra: Corsarios alemanes en la II Guerra Mundial, Juventud, 1971), el buque de Rogge se camuflaba de inofensivo mercante -incluyendo el disfraz de los tripulantes: hasta de muchachitas japonesas- para acercarse a sus presas y capturarlas por sorpresa. En el último momento, el lobo con piel de cordero descubría el ardid, enarbolaba el pabellón de guerra alemán, y al grito de "Fallen Tarnung!" dejaba caer los mamparos, tinglados y falsas estructuras que escondían los cañones...
Puede parecer que el asunto era muy tramposo, pero está aceptado por las leyes del mar, siempre y cuando al producirse el ataque muestres tu verdadera bandera. De hecho, la aventura del Atlantis, depredador solitario, entronca con una gran tradición romántica marina con el inmediato precedente de los legendarios corsarios alemanes de la I Guerra Mundial, el velero Seeadler, del conde Von Luckner , el ex bananero Möwe o el mítico Wolf.
Lo que hace destacar especialmente al Atlantis es la personalidad de su capitán. Perseverante y valeroso marino, cuidó lo indecible de su tripulación, procuró no hacer la guerra más cruel de lo que es, trató de salvar todas las vidas posibles -nunca dejó de rescatar y acomodar a los náufragos enemigos- y se comportó como un hidalgo de los mares. Es cierto que su bandera lucía la preceptiva esvástica y al cabo luchaba en una guerra de agresión contra la causa de la libertad pero se granjeó el respeto hasta de los capitanes cuyos barcos mandó al fondo del mar, que no debían estar muy bien predispuestos. En su barco impuso el saludo "Buenos días", en lugar del "¡Heil Hitler!": todo un detalle. Sobrevivió al hundimiento del Atlantis y luego al del barco que recogió a la tripulación, que no volvió a casa sino 655 días después de haber zarpado y sin haber puesto los pies en tierra más que en dos ocasiones por unas horas y en parajes de tan poca fiesta como las islas Kerguelen. En el libro seguimos esa larga y azarosa singladura, la tensión del acecho, la audacia de las dotaciones de presa ("¡Hands Up!") y el sangriento horror del combate. El relato incluye momentos de humor, incluso involuntarios, como cuando el capitán refiere que el tratamiento de las cuestiones sexuales de la tripulación "contó con la atención, la observación y la colaboración comprensiva del cuerpo de oficiales".
Fuente: el país
El corsario, un mercante adaptado y armado con cañones, lanzatorpedos, ametralladoras y dotado de un hidroavión de reconocimiento, llegó a llevar ¡siete capitanes presos! Y a toda la tripulación se la premió con la Cruz de Hierro. La publicación ahora por Edhasa de las apasionantes memorias del capitán de ese notable navío, Bernhard Rogge, recupera la espectacular odisea del Atlantis. El libro, editado en Alemania en 1955 como Schiff 16 -Barco 16, la denominación del buque en la Kriegsmarine-, sirvió de base para la película de 1960, convertida poco menos que de culto. La traducción española aparece con el mismo título del filme, Bajo diez banderas, un título ilustrativo porque se refiere a la principal característica del Atlantis: su camaleónico transformismo. Efectivamente, como sus ocho letales hermanos (de sus andanzas dio cuenta en un libro inolvidable Luis de la Sierra: Corsarios alemanes en la II Guerra Mundial, Juventud, 1971), el buque de Rogge se camuflaba de inofensivo mercante -incluyendo el disfraz de los tripulantes: hasta de muchachitas japonesas- para acercarse a sus presas y capturarlas por sorpresa. En el último momento, el lobo con piel de cordero descubría el ardid, enarbolaba el pabellón de guerra alemán, y al grito de "Fallen Tarnung!" dejaba caer los mamparos, tinglados y falsas estructuras que escondían los cañones...
Puede parecer que el asunto era muy tramposo, pero está aceptado por las leyes del mar, siempre y cuando al producirse el ataque muestres tu verdadera bandera. De hecho, la aventura del Atlantis, depredador solitario, entronca con una gran tradición romántica marina con el inmediato precedente de los legendarios corsarios alemanes de la I Guerra Mundial, el velero Seeadler, del conde Von Luckner , el ex bananero Möwe o el mítico Wolf.
Lo que hace destacar especialmente al Atlantis es la personalidad de su capitán. Perseverante y valeroso marino, cuidó lo indecible de su tripulación, procuró no hacer la guerra más cruel de lo que es, trató de salvar todas las vidas posibles -nunca dejó de rescatar y acomodar a los náufragos enemigos- y se comportó como un hidalgo de los mares. Es cierto que su bandera lucía la preceptiva esvástica y al cabo luchaba en una guerra de agresión contra la causa de la libertad pero se granjeó el respeto hasta de los capitanes cuyos barcos mandó al fondo del mar, que no debían estar muy bien predispuestos. En su barco impuso el saludo "Buenos días", en lugar del "¡Heil Hitler!": todo un detalle. Sobrevivió al hundimiento del Atlantis y luego al del barco que recogió a la tripulación, que no volvió a casa sino 655 días después de haber zarpado y sin haber puesto los pies en tierra más que en dos ocasiones por unas horas y en parajes de tan poca fiesta como las islas Kerguelen. En el libro seguimos esa larga y azarosa singladura, la tensión del acecho, la audacia de las dotaciones de presa ("¡Hands Up!") y el sangriento horror del combate. El relato incluye momentos de humor, incluso involuntarios, como cuando el capitán refiere que el tratamiento de las cuestiones sexuales de la tripulación "contó con la atención, la observación y la colaboración comprensiva del cuerpo de oficiales".
Fuente: el país
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