Una bala de plata para la industria naval y la marina mercante
Horacio Tettamanti apura el paso de su consejo consultivo. Con una sola bala de plata por disparar, el proyecto ciclópeo que se propuso materializar no puede tener grietas. Quiere armar un plan integral lo suficientemente atractivo que seduzca, por un lado, a los alicaídos armadores nacionales y, por el otro, a los esquivos fondos públicos. "Si un decreto anuló la industria naval y la marina mercante argentinas, un decreto las puede revivir", reflexionaron en su entorno.
Las reuniones en la Subsecretaría de Puertos y Vías Navegables se multiplican. Idealizan con la posibilidad de que la mentada Dirección de la Industria Naval se abra de una vez por todas. Pero no en el Ministerio de Industria, sino en el mismo edificio de Av. España 2221, para monitorear desde allí todo: desde la importación de barcazas y remolcadores hasta la de chapa naval y equipos para la construcción que no se fabriquen en el país. Una temeraria descentralización en una administración que no se caracteriza por ello.
Tettamanti lo sabe por su experiencia como constructor naval: el leasing no funcionó. La falta de garantías lo hicieron inviable (el valor de un barco superaba a veces el valor del astillero que lo construía). La herramienta tiene que forjarse bajo el paradigma de las tasas subsidiadas en el marco de un programa como el del Fondo del Bicentenario. Por eso lo de bala de plata: ¿cómo competir con la construcción de viviendas o con la energía?
El Gobierno no cederá sin un "consenso" amplio. En términos más políticos, será necesario un compromiso de sangre de los armadores de construir en el país y de los sindicatos de enrolamiento en la causa.
En sí, por las necesidades que tiene la marina mercante, o la economía argentina de movilizar sus cargas, y por los números que se maneja, el proyecto es faraónico: fabricar 1000 barcazas tanque y de carga seca; 15 remolcadores; 4 buques Panamax; 4 buques para hidrocarburos; potenciar los 20 astilleros y los 35 talleres que componen la industria navalpartista; llevar la flota de barcazas a 3000 en tres años; captar aunque sea una parte del flujo comercial que transita la hidrovía y que asciende a 6000 millones de dólares...
Flexibles, los sindicatos ya se encolumnaron. La industria naval nunca dejó de soñar. Los armadores, todavía esperan señales.
Fuente: La nación
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