El hermano mayor del 'Titanic'
El 'Allure of the Seas' es el barco más grande del mundo: cinco veces más pesado que el Titanic, 360 metros de eslora, capacidad para 6.300 personas y 25 restaurantes
Al océano, ese terrible devorador de hombres y buques,
cruceros como el ‘MS Allure of the Seas’ no hacen otra cosa que afilarle
los dientes. Para ese "mar tensaescrotos", como lo definió James Joyce,
los 360 metros de eslora de este gigantesco crucero, sus 16 cubiertas y
sus 2.384 sirvientes y marineros, no dejan de parecerle poca cosa.
Con nuestra escala humana, los 24 ascensores y los 25
restaurantes donde una tropa de más de 6.300 viajeros navales pueden
alimentar y entretener su ocio mientras se trasladan de un punto a otro
del planeta sin sentir la marejada, suponen una enumeración magnífica,
grandiosa, pero que apenas inmuta a su majestad la mar.
Hasta en las comparaciones que hacemos los humanos para
cantar las magnitudes de este buque de 225.282 toneladas de registro
bruto y 22,6 nudos de velocidad de crucero, construido en los astilleros
STX Europe de Turku (Finlandia), deslizamos palabras que rinden
pleitesía a su poder devastador. Es cinco veces el ‘Titanic’, susurran
los amantes de las cifras faraónicas. Y todos sabemos lo que sucedió con
aquel buque, presentado por la naviera White Star Line antes de su
viaje inaugural entre Southampton y Nueva York como prácticamente
insumergible.
Como el ‘Titanic’, también el ‘MS Allure of the Seas’ tiene
un gemelo, el ‘MS Oasis of the Seas’, apenas cinco centímetros menor
que su hermano, pero con quien comparte esas magnitudes mastodónticas,
formidables y desafiantes que ambos pasean por el Caribe de aguas
turquesas.
Desde la cubierta superior de estos buques de crucero, el
Campanile de San Marcos, por ejemplo, se aparecería como una diminuta
figurita plantada en mitad de la plaza veneciana dominada por palomas y
turistas. Los buques mismos, con su enormidad, empequeñecen las
delicadas obras humanas: templos, santuarios, palacios, calles y casas
quedan disminuídos ante su descomunal pujanza. Y qué decir del
desembarco de pasajeros, esa marea que, con la precisión de un
metrónomo, se descarga puntual en los muelles para inundarlo todo, por
unas pocas horas.
Dentro del mastodonte flotante de la Royal Caribbean
International hay bares de dos plantas, tirolina y casino, patinaje
sobre hielo, muchas piscinas, minigolf, jardines siempre frondosos (el
de aquí se llama nada menos que Central Park) y cócteles con plumas y
fuegos de artificio bautizados con nombres exóticos y lujuriosos que se
pagan en dólares al final de la estancia. Todos esos entretenimientos
consiguen hacer olvidar a los pasajeros la inexorable realidad del
desplazamiento marino.
El mar desenmascara a los impostores. No perdona jamás los
errores. Hay que tenerlo siempre en cuenta, aunque uno navegue en el
mayor buque del mundo.
Fuente: el correo
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