Vaca Muerta, el sueño del oro negro argentino
Vaca Muerta no se huele, pero se ve desde muy lejos. Después de 80 kilómetros de sobrecogedor desierto patagónico desde Neuquén, la capital de la provincia, la llegada al yacimiento que ha despertado los sueños de grandeza de los argentinos se intuye por los fuegos que salen de cada torre que corona un pozo. Es el gas sobrante, de mala calidad, que no se puede vender. Está prohibido lanzarlo al aire, así que hay que quemarlo. Alrededor solo hay pequeños arbustos y mucho polvo. Un desierto agujereado por 400 pozos de fracking, la mayor explotación del mundo fuera de EE UU. Argentina, gracias a Vaca Muerta, es el segundo país con más recursos de gas de esquisto, y el cuarto en petróleo no convencional.
Un titular como el que ocupaba este fin de semana los periódicos hace soñar a Argentina. “EE UU se convierte en el primer productor de petróleo del mundo”. El fracking ha revolucionado la economía de EE UU y del planeta, con la reacción de los países árabes para forzar una bajada del precio que destruya la rentabilidad de los pozos de Texas. Argentina cree tener en Vaca Muerta una joya como la que ha convertido Texas en el nuevo Eldorado. Son 30.000 kilómetros cuadrados de roca llena de petróleo. Eso sí, a 3.000 metros de profundidad y atrapado en microporos. Solo se puede sacar destrozando literalmente la roca con agua, arena y productos químicos: el fracking.
Para lograrlo, Argentina se ha aliado con la estadounidense Chevron y ha traído a gente como Aldo Guerrero, un texano de origen mexicano que ha trabajado 13 años en Texas y otros 7 en Arabia Saudí y otros países. Es el responsable de la máquina que su empresa, HP; alquila por 80 millones de dólares a YPF para agujerear este pozo que visitamos invitados por la compañía argentina que nacionalizó (un 51%) Cristina Fernández de Kirchner después de expropiársela a la española Repsol en 2012, precisamente cuando Vaca Muerta empezaba a ser una realidad.
“He viajado por todo el mundo haciendo fracking. Esto es incluso mejor que Texas. Esa roca tiene muchas posibilidades, mucho futuro”, se entusiasma Guerrero. Es el único que duerme ahí, en el pozo, en medio del durísimo desierto patagónico, sin un árbol a la vista y con temperaturas que van de 40 grados en verano a 14 bajo cero en invierno. Por la noche, solo queda el viento y el ruido de la perforadora, que nunca se detiene.
Esas extremas condiciones de vida son las que hacen que el fracking sea menos polémico en Argentina, aunque en Vaca Muerta los mapuches de la zona, que reivindican la propiedad de esas tierras, se oponen a la explotación. “No es lo mismo hacer esto en la superpoblada Europa o en Buenos Aires que en el desierto patagónico”, explican en YPF, donde descartan cualquier riesgo de contaminación de los acuíferos, el principal temor de los ecologistas. “El fracking se hace a 3.000 metros y los acuíferos están a 200”, se justifican.
Mientras sube a la torre de 56 metros desde la que se controla la perforación (3.100 metros hacia abajo y otros 2.305 en horizontal dentro de la roca, antes de enchufar al agujero 20 camiones llenos de agua y arena a una presión de 10.000 PCI, inimaginable si pensamos que una rueda de un coche tiene 30) Martín Costa, jefe del equipo, ironiza con la imagen que todos tienen de un pozo petrolero. “Si sale a chorros y nos manchamos, como en las películas, es que hemos hecho algo muy mal. Aquí todo está entubado, el petróleo nunca se ve”.
Las tuberías van recubiertas de cemento para evitar fugas, pero solo hasta 350 metros de profundidad. Más abajo, aseguran, no hay riesgo de que el petróleo se cruce con los acuíferos. Todo es metódico, mecanizado, aparentemente seguro. Un cartel presume: “90 días sin incidentes en este equipo”. Parece un récord.
La técnica se depura cada día. “Hemos hecho ya casi 400 pozos. Aún estamos aprendiendo. Cuando lleguemos a los 1.000 pozos tendremos un conocimiento exacto de todo”, resume André Archimio, el responsable de la tecnología del fracking en YPF. Cuantos más hacen, más rentable: baja el coste por unidad. Ese es el gran problema económico del fracking. Cada pozo cuesta unos seis millones de dólares. Uno convencional solo dos. Aunque han logrado bajarlo mucho desde los 50 millones que les costaba en 2010.
Aún así Argentina necesita enormes inversiones extranjeras para abrir más y más pozos. Además de Chevron, con la que ya sacan 39.000 barriles diarios, YPF ya tiene firmadas alianzas con la también estadounidense Dow y la malasia Petronas. Y Fernández de Kirchner acaba de acordar otras con la China Sinopec y la rusa Gazprom. Para garantizar la inversión, el Gobierno asegura que el petróleo se pagará como mínimo a 77 dólares y no a los 60 que está el mercado.
Guerrero trabaja 28 días seguidos y luego se vuelve a su casa en Texas para descansar otros 28. Los demás hacen turnos de 12 horas y duermen cerca del campo, sobre todo en el pequeño pueblo de Añelo, el más cercano, que ha doblado su población en dos años, desde que empezó el fracking.
Los jefes se van a Neuquén, donde la prensa da cuenta de la inminente inauguración de nuevos hoteles de lujo para los ejecutivos del petróleo. Sol de Añelo, el mejor hotel del pueblo, es un dos estrellas de 69 habitaciones a 1.050 pesos la noche (casi 100 euros). Y está lleno todo el año. Algunos vecinos venden sus casas por fortunas a las petroleras para que instalen a sus trabajadores y se van a vivir a otros pueblos más alejados de la joya argentina.
La riqueza del petróleo es bienvenida, pero causa también muchos problemas. Miles de hombres solos con dinero, tiempo libre y pocas opciones para gastarlo. “Hemos pasado de 3.000 a 6.000 habitantes. Esto era un pueblo tranquilo y ha venido un tsunami. Hay que controlarlo. Nosotros no queremos ser un campamento petrolero con 10.000 hombres. Eso implica drogas, prostitución, juego. Lo estamos viendo. Queremos llegar en 20 años a ser una ciudad de 50.000 habitantes, pero para eso tenemos que hacer que vengan con sus familias. En eso estamos”, explica el acalde, Darío Díaz.
Toda la provincia está en ebullición. El casino de Añelo impresiona, pero el de la capital, Neuquén, es de los mayores de Argentina. En el libro “Vaca Muerta” (Planeta), de Alejandro Bercovich y Alejandro Rebossio, que analiza con detalle el fenómeno, se explica que el paro en Neuquén ha caído del 8% al 5% pero a la vez se ha convertido en la segunda provincia con más máquinas tragaperras per cápita. “El crecimiento trae problemas, ese es el reto”, asegura el alcalde.
Argentina, un país rico en casi todo, que fue una potencia mundial en los siglos XIX y XX, y acogió a millones de europeos que huían del hambre, vive momentos de incertidumbre económica, como casi toda Latinoamérica, y sueña con sacar de Vaca Muerta un nuevo maná como el que antes supuso el trigo o la carne y ahora la soja. La bajada del precio del petróleo preocupa a todos, pero también tienen claro que Vaca Muerta durará al menos 40 años y el precio, creen, volverá a subir. El petróleo está ahí abajo y Argentina tiene intenciones de sacarlo como sea.
Un titular como el que ocupaba este fin de semana los periódicos hace soñar a Argentina. “EE UU se convierte en el primer productor de petróleo del mundo”. El fracking ha revolucionado la economía de EE UU y del planeta, con la reacción de los países árabes para forzar una bajada del precio que destruya la rentabilidad de los pozos de Texas. Argentina cree tener en Vaca Muerta una joya como la que ha convertido Texas en el nuevo Eldorado. Son 30.000 kilómetros cuadrados de roca llena de petróleo. Eso sí, a 3.000 metros de profundidad y atrapado en microporos. Solo se puede sacar destrozando literalmente la roca con agua, arena y productos químicos: el fracking.
Para lograrlo, Argentina se ha aliado con la estadounidense Chevron y ha traído a gente como Aldo Guerrero, un texano de origen mexicano que ha trabajado 13 años en Texas y otros 7 en Arabia Saudí y otros países. Es el responsable de la máquina que su empresa, HP; alquila por 80 millones de dólares a YPF para agujerear este pozo que visitamos invitados por la compañía argentina que nacionalizó (un 51%) Cristina Fernández de Kirchner después de expropiársela a la española Repsol en 2012, precisamente cuando Vaca Muerta empezaba a ser una realidad.
“He viajado por todo el mundo haciendo fracking. Esto es incluso mejor que Texas. Esa roca tiene muchas posibilidades, mucho futuro”, se entusiasma Guerrero. Es el único que duerme ahí, en el pozo, en medio del durísimo desierto patagónico, sin un árbol a la vista y con temperaturas que van de 40 grados en verano a 14 bajo cero en invierno. Por la noche, solo queda el viento y el ruido de la perforadora, que nunca se detiene.
Esas extremas condiciones de vida son las que hacen que el fracking sea menos polémico en Argentina, aunque en Vaca Muerta los mapuches de la zona, que reivindican la propiedad de esas tierras, se oponen a la explotación. “No es lo mismo hacer esto en la superpoblada Europa o en Buenos Aires que en el desierto patagónico”, explican en YPF, donde descartan cualquier riesgo de contaminación de los acuíferos, el principal temor de los ecologistas. “El fracking se hace a 3.000 metros y los acuíferos están a 200”, se justifican.
Mientras sube a la torre de 56 metros desde la que se controla la perforación (3.100 metros hacia abajo y otros 2.305 en horizontal dentro de la roca, antes de enchufar al agujero 20 camiones llenos de agua y arena a una presión de 10.000 PCI, inimaginable si pensamos que una rueda de un coche tiene 30) Martín Costa, jefe del equipo, ironiza con la imagen que todos tienen de un pozo petrolero. “Si sale a chorros y nos manchamos, como en las películas, es que hemos hecho algo muy mal. Aquí todo está entubado, el petróleo nunca se ve”.
Las tuberías van recubiertas de cemento para evitar fugas, pero solo hasta 350 metros de profundidad. Más abajo, aseguran, no hay riesgo de que el petróleo se cruce con los acuíferos. Todo es metódico, mecanizado, aparentemente seguro. Un cartel presume: “90 días sin incidentes en este equipo”. Parece un récord.
La técnica se depura cada día. “Hemos hecho ya casi 400 pozos. Aún estamos aprendiendo. Cuando lleguemos a los 1.000 pozos tendremos un conocimiento exacto de todo”, resume André Archimio, el responsable de la tecnología del fracking en YPF. Cuantos más hacen, más rentable: baja el coste por unidad. Ese es el gran problema económico del fracking. Cada pozo cuesta unos seis millones de dólares. Uno convencional solo dos. Aunque han logrado bajarlo mucho desde los 50 millones que les costaba en 2010.
Aún así Argentina necesita enormes inversiones extranjeras para abrir más y más pozos. Además de Chevron, con la que ya sacan 39.000 barriles diarios, YPF ya tiene firmadas alianzas con la también estadounidense Dow y la malasia Petronas. Y Fernández de Kirchner acaba de acordar otras con la China Sinopec y la rusa Gazprom. Para garantizar la inversión, el Gobierno asegura que el petróleo se pagará como mínimo a 77 dólares y no a los 60 que está el mercado.
Guerrero trabaja 28 días seguidos y luego se vuelve a su casa en Texas para descansar otros 28. Los demás hacen turnos de 12 horas y duermen cerca del campo, sobre todo en el pequeño pueblo de Añelo, el más cercano, que ha doblado su población en dos años, desde que empezó el fracking.
Los jefes se van a Neuquén, donde la prensa da cuenta de la inminente inauguración de nuevos hoteles de lujo para los ejecutivos del petróleo. Sol de Añelo, el mejor hotel del pueblo, es un dos estrellas de 69 habitaciones a 1.050 pesos la noche (casi 100 euros). Y está lleno todo el año. Algunos vecinos venden sus casas por fortunas a las petroleras para que instalen a sus trabajadores y se van a vivir a otros pueblos más alejados de la joya argentina.
La riqueza del petróleo es bienvenida, pero causa también muchos problemas. Miles de hombres solos con dinero, tiempo libre y pocas opciones para gastarlo. “Hemos pasado de 3.000 a 6.000 habitantes. Esto era un pueblo tranquilo y ha venido un tsunami. Hay que controlarlo. Nosotros no queremos ser un campamento petrolero con 10.000 hombres. Eso implica drogas, prostitución, juego. Lo estamos viendo. Queremos llegar en 20 años a ser una ciudad de 50.000 habitantes, pero para eso tenemos que hacer que vengan con sus familias. En eso estamos”, explica el acalde, Darío Díaz.
Toda la provincia está en ebullición. El casino de Añelo impresiona, pero el de la capital, Neuquén, es de los mayores de Argentina. En el libro “Vaca Muerta” (Planeta), de Alejandro Bercovich y Alejandro Rebossio, que analiza con detalle el fenómeno, se explica que el paro en Neuquén ha caído del 8% al 5% pero a la vez se ha convertido en la segunda provincia con más máquinas tragaperras per cápita. “El crecimiento trae problemas, ese es el reto”, asegura el alcalde.
Argentina, un país rico en casi todo, que fue una potencia mundial en los siglos XIX y XX, y acogió a millones de europeos que huían del hambre, vive momentos de incertidumbre económica, como casi toda Latinoamérica, y sueña con sacar de Vaca Muerta un nuevo maná como el que antes supuso el trigo o la carne y ahora la soja. La bajada del precio del petróleo preocupa a todos, pero también tienen claro que Vaca Muerta durará al menos 40 años y el precio, creen, volverá a subir. El petróleo está ahí abajo y Argentina tiene intenciones de sacarlo como sea.
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