Memorias ultramarinas de los Ybarra
La muerte de Eduardo Ybarra rescata la historia de la naviera familiar que creó desde Sevilla una empresa de transporte marítimo de mercancías y de viajeros que conectaba Europa con Sudamérica.
Todo comienza con un pequeño velero de nombre Dolores. Luego se suceden largas travesías, furia de oleajes, comercio de cabotaje, mañanas de niebla en medio del oceáno, líneas de cruceros de lujo y también un larguísimo sueño con olor a herrumbe en el fondo de mares sin nombre.
La naviera Ybarra y Cía fundada en Sevilla ha vuelto a la actualidad a raíz de la desaparición de Eduardo Ybarra, heredero de cuarta generación de aquella familia emprendedora que llegó del País Vasco a mediados del siglo XIX y que aquí levantó un emporio dedicado al aceite y otros productos agrícolas y al negocio del transporte marítimo.
Eduardo Ybarra era abogado y ejerció muchos años como responsable jurídico de la naviera Ybarra y Cía, que hace pocos años perdió su nombre tras la compra del accionariado por la naviera alemana Hamburg Sud. Pero a pesar de los temporales económicos, fue una compañía que merece recordarse.
El velero Dolores es sólo el comienzo de un capricho marino de una familia que se afinca en una ciudad fluvial como Sevilla con un glorioso pasado marítimo. Por eso, José María Ybarra compra ese velero y le pone el nombre de su esposa. A partir de ahí comienza esta historia en la que los barcos gestionados desde la empresa sevillana vuelven a recorrer los oceános como lo habían hecho los galeones de la Carrera de Indias.
En esta crónica hay historias épicas, combates navales y travesías a destinos exóticos en camarotes de lujo. También naufragios. De hecho, algunos barcos de Ybarra yacen bajo el mar desde hace décadas, colosos corroídos por el salitre, devorados en un banquete de peces y óxido, cubiertos por algas como una melena criada por la pereza de los siglos.
A aquel pequeño velero Dolores que cubría la línea regular entre Sevilla y Bilbao siguieron otros como el Ceres y el Basilia. Hasta que llega el primer vapor, el Itálica en 1860 que se encarga a los astilleros Wingate en Glasgow.
La gran época de la naviera llegará con la entrada en el negocio del transporte de pasajeros, ya que hasta entonces se había centrado en las mercancías. Así se crea la travesía de España a Sudamérica. Es la época de los cruceros de lujo con viajeros que contemplan la vida desde una hamaca en cubierta y luego oyen jazz en fiestas noctámbulas en medio del oceáno.
El primer buque de pasajeros fue el Hemland y se construyó en Gotemburgo en 1921. Luego fue renombrado como Cabo Tortosa pues la compañía solía llamar a sus barcos con nombres de cabos en un hermoso juego de geografías marítimas. El Cabo Tortosa zarpó de Génova en mayo de 1926 hacia Nueva York para cubrir más tarde la línea desde Génova a Montevideo y Buenos Aires vía Cádiz.
Todas esas travesías se diseñaban desde el Edificio Ybarra y Cía en el número 4 de la Avenida Menéndez y Pelayo que realizó Aníbal González entre 1927 y 1930 y que tuvo que concluir Aurelio Gómez Millán.
Algunas historias trágicas
Con estos cruceros, Sevilla tomó cierto aire triestino, quizás emulando a la Lloyd y sus viajes marítimos. Pero también hubo varias historias trágicas. Quizás una de las más recordadas fue la del barco de vapor Cabo Machichaco que perteneció a la flota de Ybarra y que provocó una terrible tragedia el 3 de noviembre de 1893 en Santander.
El barco había pasado una cuarentena en el lazareto de Pedrosa tras varios casos de cólera en Bilbao. Estaba atracado en el muelle de Santander enfrente de la actual calle de Calderón de la Barca. Una impresionante explosión, a causa de las mercancías que transportaba, provocó casi seiscientos muertos y más de mil heridos además de un incendio que destrozó buena parte de la ciudad.
En la historia de la naviera se cruzaron también los vientos sucios de la Historia. Y es que a causa de la Guerra Civil, varios buques fueron incautados. El Cabo Santo Tomé, botado en 1931, fue utilizado a partir de junio de 1937 como transporte republicano. Ese mismo año fue atacado por los barcos franquistas Dato y Cánovas en las costas de Argel en una curiosa naumaquia española sucedida en el Mediterráneo. El buque fue abandonado y luego se hundió. El Cabo Santo Tomé iba bajo falso pabellón británico y transportaba aviones y material bélico desde Odessa a Valencia. Lo curioso es que los barcos enemigos iban buscando a otro barco gemelo, el Cabo San Agustín
Estos ataques llevaron a las autoridades republicanas a cambiar la ruta mediterránea por otra en el norte, más complicada pero más segura. Fue así como se inicia la llamada Ruta Báltico-Mar del Norte que llegaba a los puertos franceses de El Havre y Cherburgo. Desde allí, las mercancías se transportaban en ferrocarril por Francia. Curiosamente, el Cabo San Agustín, el otro barco gemelo, sobrevivió a la Guerra Civil española, pero quedó en manos de la Unión Soviética, que lo utilizó en la Segunda Guerra Mundial. El barco fue torpedeado en el Mar Negro por los alemanes en 1941. Fue autohundido en el puerto de Novorosisk para no perderlo y reflotado al final de la contienda para terminar integrado en la marina mercante soviética con el nombre de Dnpr.
Y hubo varios naufragios, hundimientos y desguaces, como el del Cabo de Buena Esperanza, que fue botado en 1920 y que mantuvo la línea regular entre Bilbao y Buenos Aires hasta 1958 en que fue desguazado. Imaginemos el casco herido de este crucero que había navegado durante años. El monstruo de acero mutilado o quizás hundido en un sueño de herrumbre y olvido.
Fuente: el mundo
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