Un luarqués de tierra y mar
Carlos González, de 85 años, trabajó once en buques mercantes y veintitrés en Alsa, donde se retiró como jefe de estación
Se puede decir que el luarqués Carlos González ha dedicado su vida al transporte: en una primera etapa, como personal de maestranza en la marina mercante; y en la segunda, siendo administrador y finalmente jefe de la estación de Alsa en la capital valdesana. Ahora, jubilado desde hace veinticinco años, está volcado con el Centro Social de Personas Mayores de Luarca, entidad que preside desde hace años.
González fue el benjamín de una familia de diecisiete hermanos. Se crió en la calle Ramón Asenjo y al abrigo del negocio hostelero familiar «La Montañesa». Con dieciséis años asumió su primer trabajo en el taller coruñés de su cuñado. En esa época aprovechó para sacar el título de mecánico naval, que pocos años después, y tras su paso por la empresa de construcción La Terma S. A., le valió para ingresar en la empresa nacional Elcano.
Tras un anecdótico primer destino en el «Castillo Montesa», un buque que se reparaba en un astillero gijonés, se incorporó al ferry «Victoria», el primero que se hizo en España. González explica que se construyó en el astillero valenciano Unión Naval de Levante y que el general Franco asistió al acto inaugural del barco, todo un acontecimiento de la época: «Era lo nunca visto. Tenía tres comedores de doscientos comensales cada uno, un hangar para autocares y turismos...».
El ferry de pasaje realizaba la ruta Ceuta-Algeciras, un itinerario que se recorría en aproximadamente tres cuartos de hora y en el que González se encontró a muchos luarqueses que hacían la mili en Ceuta y usaban el barco de camino a casa. En invierno lo habitual era hacer dos viajes diarios, cifra que en verano se podía duplicar. En temporada estival a veces les enviaban a hacer la ruta entre Barcelona y Palma de Mallorca.
Tras un tiempo en el «Victoria», pasó al barco de pasaje «Huesca», en el que hizo cruceros por el Mediterráneo. Lo del turismo nunca le gustó demasiado, así que optó por un nuevo rumbo en el «Antártico», un barco frigorífico en el que hacía rutas internacionales. «Traíamos carne de Argentina y a veces llevábamos sal de Torrevieja para Montevideo». Recuerda que en Montevideo presenció la primera huelga de su vida, algo impensable en España en plena dictadura. En el continente americano también se encontró con muchos valdesanos emigrantes y tuvo tiempo para enamorarse de algunas ciudades como Buenos Aires.
En 1956 ingresó en el petrolero «El Puerto Llano», que hacía viajes desde Cartagena al Golfo Pérsico. Le tocó presenciar parte del conflicto árabe-israelí: «Recuerdo que pasaban los aviones israelíes por encima nuestra y el capitán mandó pintar la bandera de España en la cubierta para no tener problemas». No fue el único petrolero en el que viajó, ya que también trabajó en el «Almirante Moreno» y el «Almirante Vierna», incluso tuvo una breve etapa a bordo del buque escuela «Alonso de Ojeda», barco dedicado al transporte de mercancías y con el que viajó a Filipinas, Alejandría o Japón.
Su último periodo en alta mar fue en aguas del Cantábrico, trabajando en los barcos que Ensidesa alquilaba a Elcano. «Era más cómodo, me permitía estar cerca de casa y ver a la familia a menudo. Antes en la mercante había que cumplir un año para que te dieran vacaciones». González vivió buenos momentos embarcado pero también sufrió, especialmente en las galernas: «En el mar las pasé canutas, ya no es sólo por el mareo que es un mareo profesional, sino por los temporales». Así que en 1963, tras pasar por el barco «La Rabio», dejó el mar para aceptar una oferta en la compañía Alsa. El sueldo era inferior pero ganaba tranquilidad. Dejó atrás años dando la vuelta al mundo y en los que tuvo el privilegio de conocer ciudades como Copenhague, Hong Kong, Philadelphia o Estambul.
De vuelta a casa, después de pasar un breve tiempo de formación en Oviedo, pasó a trabajar como administrador en la estación central de Alsa en Luarca. Se encargaba de despachar billetes y controlar el tráfico: «Había cuarenta veces más de actividad que lo que hay hoy, recuerdo que igual en verano salían para Madrid quince o veinte coches a la misma hora. Había colas tremendas para comprar el billete y dejar el equipaje... Aquello era un maná». Alsa, que en 2009 cerró su oficina luarquesa, empleaba antaño en la villa a alrededor de cincuenta personas.
González recuerda los autobuses más populares: «La lola», como llamaba la gente al coche que recorría los pueblos de costa; «El verdugo», una línea rápida con Oviedo a la que la gente bautizó así porque quitó mucho trabajo a los taxistas, y «El Aldeano», que comunicaba Luarca con Vegadeo. Este luarqués encajó a la perfección en el puesto y, por eso, con los años se convirtió en jefe de estación, puesto en el que se retiró a los 60 años, tras veintitrés años de servicio en Alsa.
Pero la jubilación no le cambió y sigue completamente activo. En 1987 se fundó el Centro Social y accedió a la presidencia, cargo que abandonó durante algunos años. Este 2012 el centro, con cerca de 4.000 socios, cumplirá sus bodas de plata, acontecimiento que celebrarán por todo lo alto.
Fuente: La nueva España
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