Gas no convencional, ¿solución o ilusión?
Argentina tiene problemas gasíferos muy graves. Actualmente consume 130 millones de metros cúbicos de gas natural por día, casi el doble de Brasil, seis veces más que Chile, 16 veces más que nosotros; su mercado interno crece de 3% a 4% anual. El gas suministra el 53% del total de la energía que utiliza ese país.
Si se tiene producción y reservas suficientes, esa fisonomía energética podría ser muy buena para este siglo. Lo grave es que Argentina a duras penas produce 100 millones de metros cúbicos diarios, los 30 faltantes son cubiertos de Bolivia y LNG del mercado internacional.
En cifras anuales, lo alarmante es que el mercado argentino consume 1,7 TCF de gas y su reserva probada sólo alcanza a 5 TCF.
Para enfrentar esa dramática realidad, el Gobierno de la señora Kirchner ha expropiado la mayoría accionaria de Repsol en YPF. Con la empresa nuevamente bajo control estatal está arduamente buscando financiamiento en pos del autoabastecimiento.
El deterioro energético argentino ha sido un proceso cuyos efectos se los venía venir. Por eso cuando el gas no convencional (GNC, que es e ubicado dentro de la roca y que es de más difícil explotación) irrumpió en el escenario mundial energético, Repsol que en ese tiempo no era una mala palabra, hizo el anuncio conjunto con el Gobierno de haber logrado producción de GNC en el área de Vaca Muerta, al sur del país. Se dio la impresión de que se había hallado la solución al problema gasífero a corto plazo.
Pero en energía no existen soluciones mágicas o de talismán. No existe una “penicilina energética”. Dejar de importar LNG en Estados Unidos fue una hazaña que tomó diez años de trabajo en GNC. China, el importador más grande de energía, ha informado que se está tomando un tiempo de estudio antes de intentar producir GNC. Mientras tanto, está construyendo un gasoducto con 5.000 kilómetros de largo.
Polonia, que es abastecida con gas ruso por ducto, no realiza acciones para desarrollar sus posibles áreas de GNC. Parece estar no muy convencida o no quiere malquistarse con el señor Putin.
Francia oficialmente ha decidido que en su territorio no se realizarán actividades para explotar GNC. El resto del mundo está expectante y algo confundido. Este último año, en EEUU, el GNC está perdiendo su brillo. Compañías importantes como BG y BHP han indicado que las billonarias adquisiciones de áreas que han realizado, las están consignando en su contabilidad como pérdidas.
Pero Argentina está ilusionada con el GNC. La posibilidad de aumentar producción y reservas rápidamente para eliminar la importación la reducen a lograr las inversiones necesarias, que las está buscando sin mucho éxito.
Han intentado lograrlas en Europa y Estados Unidos con un “road show” del presidente de YPF. CFK ha sostenido un muy publicitado almuerzo con el presidente de Exxon, en Nueva York, también sin resultados concretos. Se ha intentado interesar a la compañía china Sinopec. La prensa argentina, con el buen humor que la caracteriza, indica que los ejecutivos de Sinopec han desistido de esas inversiones en Argentina, indicando que “son chinos pero no kamikazes”.
En esas condiciones, Argentina, por los próximos años, tendrá que seguir importando gas en cantidades crecientes para cubrir su consumo.
De todas esas tribulaciones qué lecturas podemos hacer nosotros. Primero una positiva. Podemos contar con un mercado a largo plazo. Nuestro gas compite favorablemente con LNG. La segunda es inquietante. La factura por gas importado ha sido el detonante para la expropiacion de Repsol.
La factura boliviana por gas este año estará cerca de los 2.000 millones de dólares e irá creciendo. Es de esperarse que el Gobierno argentino pida bajar precios, si no se ha hecho ya en la última visita de Cristina Fernández a Cochabamba, como anunció, en Buenos A ires, el actual embajador en nuestro país.
Ese preanuncio fue ignorado. Pero se debe tomar en cuenta que un buen embajador sólo sigue las líneas de un libreto que le prepara su Gobierno. Esos mensajes en el aire tienen el aroma del tristemente célebre acuerdo “borrón y cuenta nueva”.
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